hace 3 años
[Arte]
Lucen desnudas orillas del Sena sin los tradicionales ‘bouquinistes’ de París
Y es que casi todos los llamados “bouquinistes” han echado el candado desde principios de la segunda ola de la pandemia
Foto: Zócalo | Archivo
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París, Fr.- Pasear por los muelles del Sena en tiempos de pandemia es estos días un poco más triste por la pérdida de una de sus estampas más tradicionales, los pintorescos vendedores de libros de ocasión que se concentran en sus orillas, y que llevan meses cerrados.
Y es que casi todos los llamados “bouquinistes” han echado el candado desde principios de la segunda ola de la pandemia, por el segundo confinamiento y luego por falta de clientes, que en su mayoría eran turistas.
Solo las gaviotas y los corredores de los muelles del río son testigos de este declive.
“Hace buen tiempo, no va a llover, pero mis compañeros no levantan las persianas porque no hay prácticamente ventas”, comenta Mathías, que confiesa que con la llegada de la segunda ola y el confinamiento de finales de octubre “el negocio se ha hundido”.
“En verano pasan por el puesto y se interesan o compran libros entre 300 y 400 personas diarias. Ahora apenas llegamos a 15”, asegura a Efe el presidente de la asociación que agrupa a los “bouquinistes” de París, Jérôme Callais, que lamenta la dependencia que tiene el sector del turismo.
Al estar al aire libre, los “bouquinistes” venden más cuando hace buen tiempo y las temperaturas agradables invitan a pasear por el Sena.
“El invierno y las restricciones por la pandemia hacen que últimamente sólo veamos corredores haciendo deporte”, afirma Callais a la vez que señala a dos con el dedo.
Muchos no volverán a abrir su puesto y dudan que puedan soportar un tercer confinamiento que el Gobierno francés estudia ante el avance del virus.
Los vendedores tuvieron acceso a los fondos de solidaridad durante el mes de noviembre al decretarse el confinamiento total, pero los perdieron antes de Navidad y aseguran que se les han prometido otras ayudas que aún no han llegado.
El presidente de la asociación reivindica el oficio del “bouquiniste”, palabra que define el oficio del que vende los “bouquines”, pequeños libros que tienen un tamaño menor de lo usual y que estos libreros empezaron a vender en el siglo XVI junto con otros productos como carne o pescado que compraban en el mercado central de la ciudad.
Los “bouquinistes” ofrecían gangas, libros de ocasión y rollos antiguos a buenos precios, y algunos llevaban simplemente una caja colgada del cuello con la que se paseaban por el puente.
Con los años, esta modalidad de vendedor ambulante se fue profesionalizando hasta instalar sus característicos puestos de color verde en los bordes de ambas orillas del Sena, alrededor del Pont Neuf, por ser el primer puente de París que se construyó sin viviendas encima.
Además de libros, sus puestos tienen revistas, láminas o mapas antiguos, aunque algunos han cedido a la tentación de ofrecer “souvenirs” o bebidas para los turistas.
Estos vendedores “callejeros” no pagan más que una pequeña proporción de sus ventas por ocupar la vía pública porque el Ayuntamiento de París considera que no se pueden enriquecer con su oficio y además animan y aportan vida a la ciudad.
Y es que casi todos los llamados “bouquinistes” han echado el candado desde principios de la segunda ola de la pandemia, por el segundo confinamiento y luego por falta de clientes, que en su mayoría eran turistas.
Solo las gaviotas y los corredores de los muelles del río son testigos de este declive.
“Yo continúo abriendo cada día porque tengo dos hijas que mantener y no puedo jubilarme aún”, cuenta Mathías a Efe, el “bouquiniste” más veterano de París, que lleva 40 años vendiendo libros antiguos y estampas cerca del Pont Neuf y que estos días es uno de los únicos puestos abiertos de los 220 que bordean las orillas del Sena.
“Hace buen tiempo, no va a llover, pero mis compañeros no levantan las persianas porque no hay prácticamente ventas”, comenta Mathías, que confiesa que con la llegada de la segunda ola y el confinamiento de finales de octubre “el negocio se ha hundido”.
“En verano pasan por el puesto y se interesan o compran libros entre 300 y 400 personas diarias. Ahora apenas llegamos a 15”, asegura a Efe el presidente de la asociación que agrupa a los “bouquinistes” de París, Jérôme Callais, que lamenta la dependencia que tiene el sector del turismo.
“Hace 450 años que vendemos a orillas del Sena a todo tipo de públicos, sobre todo parisinos y franceses en general, pero desde la llegada de internet y la explosión del turismo en masa dependemos prácticamente solo del turismo, que ahora es prácticamente inexistente”, reconoce.
Al estar al aire libre, los “bouquinistes” venden más cuando hace buen tiempo y las temperaturas agradables invitan a pasear por el Sena.
“El invierno y las restricciones por la pandemia hacen que últimamente sólo veamos corredores haciendo deporte”, afirma Callais a la vez que señala a dos con el dedo.
Muchos no volverán a abrir su puesto y dudan que puedan soportar un tercer confinamiento que el Gobierno francés estudia ante el avance del virus.
“El problema es que estos días abrir o cerrar es prácticamente lo mismo, en tres días tengo compañeros que ganan entre 5 y 10 euros, así no te puedes pagar el alquiler ni comer decentemente”, explica Callais.
Los vendedores tuvieron acceso a los fondos de solidaridad durante el mes de noviembre al decretarse el confinamiento total, pero los perdieron antes de Navidad y aseguran que se les han prometido otras ayudas que aún no han llegado.
El presidente de la asociación reivindica el oficio del “bouquiniste”, palabra que define el oficio del que vende los “bouquines”, pequeños libros que tienen un tamaño menor de lo usual y que estos libreros empezaron a vender en el siglo XVI junto con otros productos como carne o pescado que compraban en el mercado central de la ciudad.
Los “bouquinistes” ofrecían gangas, libros de ocasión y rollos antiguos a buenos precios, y algunos llevaban simplemente una caja colgada del cuello con la que se paseaban por el puente.
Con los años, esta modalidad de vendedor ambulante se fue profesionalizando hasta instalar sus característicos puestos de color verde en los bordes de ambas orillas del Sena, alrededor del Pont Neuf, por ser el primer puente de París que se construyó sin viviendas encima.
Además de libros, sus puestos tienen revistas, láminas o mapas antiguos, aunque algunos han cedido a la tentación de ofrecer “souvenirs” o bebidas para los turistas.
Estos vendedores “callejeros” no pagan más que una pequeña proporción de sus ventas por ocupar la vía pública porque el Ayuntamiento de París considera que no se pueden enriquecer con su oficio y además animan y aportan vida a la ciudad.
“No somos libreros como los demás, proponemos libros antiguos, nuevos y raros y completamos la gama de las otras librerías con curiosidades y estampas”, explica Callais. “Poca gente sabe que puede pedirnos libros y nosotros los traemos”, aclara.
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